La bruja. Un estudio de las supersticiones en la edad media, un libro que cabalga entre la elaboración literaria y el dato histórico. La obra está dividida en dos libros. En el primero, Michelet abandona el rigor del estudioso y narra, con las herramientas propias del prosista, la historia de la bruja, la hechicera prototípica Ella en un inicio es la mujer campesina, noble e inocente, casada con el siervo que obedece al gran señor, y se enfrenta a las difíciles condiciones de la vida en la época: la enfermedad, la muerte prematura, la indefensión ante el amo del feudo y los poderosos, eclesiásticos incluidos. Ella recrea las creencias de la religión natural, que durante los primeros tiempos del medievo conviven amigablemente con los preceptos de la religión católica. Para La bruja, cada fuente, cada pozo, cada árbol del bosque tiene un espíritu particular, un daemon en el más puro sentido griego, a los cuales ora y venera al igual que a los santos católicos. Los espíritus no son sino los dioses antiguos, la brava Diana, la tenebrosa Hécate, el cornado Cerunnos, quienes han decidido esconderse en la floresta ante la expansión de la religión de la cruz. Pero, para ella, siguen presentes. Ninguna noche falta un pocillo con leche o miel para que se alimenten, ni una brasa en el hogar para que no sufran por el frío. Ellos, los espíritus, las hadas, las prixis, los elfos, los gnomos la escuchan, son su compañía A ellos los siente, los percibe en la naturaleza. A diferencia de los santos católicos, son cercanos. No están en el cielo, sino a su alrededor.
La vida para ella y su esposo es más difícil día con día. El señor feudal y su corte se vuelven cada día más agresivos, prepotentes y crueles. Cada mes el impuesto crece para financiar las guerras y un ejercito cada vez más abultado. La pobreza, ya antes invitada en casa, llama a su pariente la miseria. A ello, se aúnan las prerrogativas cada vez más grandes del amo. La tierra es de él, y por lo mismo, un día decide que la mujer del siervo es una extensión de su propiedad. Ella sufre los ultrajes y desesperada, se refugia en sus espíritus. Uno de ellos en particular se le revela. Es el príncipe del mundo. Le enseña las lenguas antiguas, los mecanismos de la naturaleza y la manipulación de los mismos. Ella se vuelve poderosa, y se puede defender, puede proteger a su esposo y a su casa. Pero todo tiene un costo: la antes inocente mujer se corrompe, ahora es orgullosa, impúdica y arrogante. Ya no es la dulce aldeana que el esposo conoce y ama, y por lo mismo, un día él la abandona.
Ahora el antiguo espíritu benévolo no lo es más, se rebela y obliga a la mujer a firmar un pacto. Se convierte en el amo, y ella, en su consorte. Ella obtiene más poder, pero es repudiada. s temida, los demás aldeanos la miran con temor, le preguntan acerca de maleficios, le piden favores especiales, pero en el fondo la tratan como la proscrita que decidió ser. Llega el tiempo de los aquelarres, de la fusión de los cultos antiguos con la nueva religión demoniaca,y ella se convierte en la oficiante, en la papisa de la iglesia nocturna.
La segunda parte de La Bruja, el libro segundo, se acerca más a el estudio histórico. En él, Michelet da cuenta de la creación del Santo Oficio, de la edición del infame Maellus Malleficarium (El martillo de las brujas), y las circunstancias históricas de la caza y exterminio de las hechiceras. Ella ahora tiene una perfecta contratarte en el Inquisidor, hombre religioso, casi siempre dominico, bienintencionado y por lo mismo, terrible. Para él, la tortura que sufre la bruja sirve para purgar su alma; el fuego de la pira, para limpiarla. Así, destrozarla en la rueda o quemarla viva no son para el eclesiásticos sino actos de piedad. Es el tiempo de las denuncias. Los villanos aterrados, comienzan a denunciar a sus conocidos antes de ser denunciados ellos mismos. Los juicios absurdos, las declaraciones y acusaciones que rayan en el delirio, el exterminio sistemático de regiones enteras se vuelven la norma.
El historiador galo concluye su obra con la narración de algunos de los procesos más célebres de brujería: Gauffridi (1610), Loudon y Urbano Grandier (1632-1634), Louviers (1633-1647), y el proceso de la Cadière (1730-1731), famosos por sus absurdos, sus contradicciones y sus -casi siempre-, trágicos desenlaces.
La Bruja no puede ser considerado un libro de historia aunque esté basado en documentos de la época. Para escribirlo Michelet deja a un lado la objetividad y se vuelve parte de su texto. Asume un narrador en tercera persona que está presente con sus juicios y sus opiniones en lo que está estudiando. Cuando el lector se adentra en La bruja, ahí está Michelet interpretando los datos, adelantando juicios, escandalizándose por lo que debería de estudiar más sobriamente.
En conclusión, La Bruja es malo como tratado de historia, pero como obra literaria es una delicia.
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