La versión en español de El retorno de la Antigüedad llama al
error. Sus editores han decidido presentar el libro de Robert D. Kaplan como
parte de esa curiosa moda integrada por títulos de la calaña de "Confucio
para empresarios", "Soluciones de Platón para la industria de
hoy" o "Shakespeare en la oficina", que pretenden rascar de la
literatura, la historia y la filosofía resmas de buenos consejos para el joven
emprendedor, el ama de casa meditabunda o el avezado político.
Sin embargo, la lectura
de El retorno de la Antigüedad desmiente cualquier lazo de sangre con la
autosuperación. Nada tiene que ver, por fortuna, el autor revisa a fondo
cualquier idealismo político, es decir, sigue en la línea de la crítica
realista a la ideología política dominante en el Occidente (post)cristiano.
Cuando las crisis futuras
(que ya están aquí pues el libro ya tiene algunos años) lleguen en grandes
oleadas, nuestros líderes comprenderán que el mundo no es “moderno” ni
“postmoderno”, sino una mera continuación del antiguo: un mundo que, a pesar de
su tecnología, los mejores filósofos de la Antigüedad habrían comprendido.
Kaplan encuentra una esencia sombría en el
risueño panorama del mundo occidental: "Sostengo
que la democracia que estamos alentando en muchas sociedades pobres del mundo
es una parte integral de la transformación hacia nuevas formas de
autoritarismo; que la democracia en Estados Unidos se halla en más peligro que
nunca, debido a oscuras fuentes, y que muchos regímenes futuros, y el nuestro
en especial, pueden parecerse a las oligarquías de las antiguas Atenas y
Esparta más que éstas al actual gobierno de Washington" .
Esta aseveración contiene la raíz de la
hipótesis que se desarrolla en El
retorno de la Antigüedad, es decir, que el conocimiento de los hechos de
naciones y hombres en el pasado, más que las desaforadas teorías de nuestros
contemporáneos, pueden servir de guía para prevenir los acontecimientos
políticos y sociales que nos aguardan.
Estos acontecimientos son migraciones,
guerras, crisis, la dolorosa evolución de los modelos políticos actuales hacia
otros, todavía inimaginables, pero cuyos cimientos se adivinan en el creciente
poder de las empresas multinacionales, y los reordenamientos regionales de
negocios y demografía, que merman cada vez más los poderes de los estados
centrales. Tal y como dice Vargas Llosa, Kaplan no mira el futuro bajo los
tonos armónicos de la civilidad triunfante, sino que anticipa un nuevo
feudalismo, producto tanto de la ilusoria "globalización" como de la
decadencia de un sistema (el democrático occidental) que difícilmente podrá ser
transplantado con éxito a sociedades no occidentales antes de que la
inmigración y la influencia de éstas lo aniquilen o, cuando menos, lo
transformen hasta dejarlo irreconocible.
El retorno de la Antigüedad se concentra
en estudiar la posición y los intereses políticos de Occidente (pero más
precisamente, de Estados Unidos), y es posible detectar en ciertos momentos
algunas interpretaciones hechas a la medida, que pasan por alto las agudas
sensibilidades de potenciales críticos en las naciones subdesarrolladas
(verbigracia, las referencias a las tiranías "eficientes", o el
comentario de que la democracia sólo puede nacer bajo el signo del orden, y el
orden sólo puede ser impuesto por el autoritarismo). Estas afirmaciones,
rebatibles hasta el cansancio en los terrenos de las teorías morales y
políticas son, sin embargo, bien arropadas de ejemplos históricos que las
justifican y, acaso, las hacen un poco menos aborrecibles.
Mientras tratamos de
implantar nuestra versión de la democracia en el extranjero –señala el autor en
¿Fue la democracia sólo un instante?-, en lugares donde no puede
prosperar, también a nosotros se nos escapa de las manos. La democracia
desestabilizará el mundo tanto como lo hizo el cristianismo primitivo.
Bajo el epígrafe El
idealismo no detendrá el genocidio asegura que la reducción del riesgo de
futuros holocaustos no procederá de los tribunales de crímenes de guerra, sino
de las políticas de equilibrio de fuerzas y de las agencias de espionaje con
más recursos económicos. La humanidad estará más protegida si se da por supuesta
su maldad intrínseca.
En este contexto, la CIA
y las fuerzas armadas acabarán por fusionarse. La institución del espionaje de
Washington no se volverá obsoleta sino todo lo contrario.
El enfoque realista de la
política exterior norteamericana debe basarse en el proporcionalismo. En
el Tercer Mundo hay mucho por hacer y mucho que no puede hacerse si no se
quiere contribuir a agravar aún más la situación.
Los peligros de la paz es
el título del capítulo final. Kaplan advierte que “un periodo prolongado de paz
en una sociedad tecnológicamente avanzada como la nuestra podría conllevar
grandes males. El ideal de un mundo en paz y gobernado con benevolencia por una
organización mundial no es en absoluto una visión optimista del futuro.”
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