Dos rutas históricas, sostenía Perón, han determinado la suerte del continente Iberoamericano. La primera, una continuación renovada de la cultura de herencia hispanista surgida del mestizaje entre castellanos y aborígenes. La otra fue exógena a la realidad cultural hispanocriolla. Provenía de la cultura anglosajona y protestante. Su punta de lanza fue el liberalismo económico, el capitalismo y las sociedades basadas en el mercantilismo. A principios del siglo XX empieza una toma de consciencia del estado de dependencia y de los aspectos negativos del liberalismo económico en las sociedades americanas extendiéndose un sentimiento de nacionalismo continental el cual se abrió paso en círculos estudiantiles, militares, obreros y aún en los profesionales e industriales. Producto del avance de estas ideas y de la negativa de la oligarquía a producir cambios en la dirección nacionalista y popular, para la década de los años treinta el conflicto derivó mayoritariamente en revoluciones, golpes de Estado o movimientos populistas que tomaron el poder en los distintos gobiernos iberoamericanos. Durante las décadas posteriores el nacional populismo se haría hegemónico alcanzando su apogeo político a comienzos de la década de los cincuenta. En el año de 1954 América hispánica contó por breve tiempo con una verdadera “internacional de la espada” (en referencia a la conducción de estos procesos por militares) con gobernantes nacional populistas como Perón en Argentina, Vargas en Brasil, Odría en Perú, Stroessner en Paraguay, Rojas Pinilla en Colombia, Árbenz en Guatemala, Rafael Trujillo en República Dominicana, Velasco Ibarra en Ecuador, Pérez Jiménez en Venezuela, Paz Estenssoro en Bolivia e Ibáñez en Chile.
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