Las
Farc no responden a un levantamiento campesino, ni de pobres. Es un producto
comunista de la URSS.
El
capítulo sobre Colombia para el Libro negro del comunismo poco a poco se
está comenzando a escribir. La escritura es lenta frente al Niágara de libros
basura acerca de las supuestas “luchas” de los marxistas colombianos -y otras
corrientes revolucionarias- por la democracia y la libertad. Una de las páginas
para el voluminoso capítulo del Libro negro la ha escrito Eduardo
Mackenzie en su libro: Las FARC, fracaso de un terrorismo.
El analista bogotano
somete a crítica la imagen idílica que presenta, por ejemplo, Medófilo Medina
sobre la fundación del PCC. En la misma línea pone en evidencia la labor
organizativa de varios agentes rusos en Bogotá durante los años 20 del siglo pasado.
Un caso fue el de Silvestre Savitsky. Medina lo presenta como un hombre modesto
que montó una tintorería y que en sus tiempos libres contaba anécdotas sobre la
revolución rusa de 1917. Nada más alejado de la realidad. Para Mackenzie, la
carta fundacional de la mitología –mentira- de la izquierda colombiana es la
sangrienta huelga de las bananeras de noviembre de 1928. Uno de los promotores
de la misma fue Raúl Eduardo Mahecha, un agente colombiano de la Internacional
Comunista (o Komintern) y, a la vez, miembro fundador de la primera
organización subversiva colombiana que tuvo contactos formales con la
Komintern: el Partido Socialista Revolucionario (PSR) de María Cano. Las
legítimas motivaciones de los huelguistas fueron hábilmente manipuladas y transformadas
en acciones violentas por Mahecha. Mackenzie pone de relieve que la huelga de
las bananeras no fue un acto espontáneo ni pacífico y desvela el decisivo papel
de los agentes de la Komintern que actuaron como asesores de Mahecha y de
Augusto Durán, futuro secretario general del PCC, en esa operación, como
Kornfeder (americano), Rabaté (francés), Girón (mexicano) y Lacambra (español).
Uno de los
capítulos más apasionantes, informativos e ilustrativos del libro son los
sucesos del 9 de abril de 1948: “el Bogotazo”. Mackenzie analiza de manera
profunda la gestación y ejecución de los desbordes criminales en Bogotá y en
otras ciudades del país. El examen de tan significativo suceso aborda varios
aspectos: el comienzo de la guerra fría, la relevancia de la IX Conferencia
Panamericana en Bogotá, las idas y venidas a la capital colombiana de agentes
comunistas extranjeros, el misterioso papel de un joven aventurero cubano,
Fidel Castro, y el posterior trabajo de encubrimiento del PCC para que la
responsabilidad del asesinato del líder liberal y las graves violencias no
recayeran sobre los comunistas.
Tras el asesinato
de Jorge Eliecer Gaitán, las destrucciones y violencias que surgieron en
diversos lugares de Colombia no fueron reacciones espontáneas: hubo una cuidada
planeación para exacerbar los ánimos de la gente, con agitadores entrenados en
organizar sabotajes y disturbios. La violencia se desató al mismo momento en
que el jefe liberal caía al piso. La intervención del comunismo internacional
en la trama trágica del 9 de abril queda totalmente evidenciada en esas
páginas. La teoría impuesta por el PCC y sus compañeros de ruta, de que fue la
“oligarquía” quién mató a Gaitán, no tiene el más mínimo asidero en la realidad
y reposa, por tanto, en las arenas movedizas de la machacona propaganda
izquierdista. El enfoque de Mackenzie es novedoso y englobante. Supera el
localismo de los pretendidos “estudios académicos” sobre el 9 de abril.
El autor aborda otro
fundamental aspecto sobre el Partido Comunista Colombiano, la creación de su
aparato de terror: las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). Su
brazo armado no fue una creación para “proteger al pueblo” de los supuestos
“ataques” del Estado “fascista” colombiano, ni tampoco tuvo su origen en el exitoso
Plan cívico-militar de mediados de mayo de 1964 durante la presidencia de
Guillermo León Valencia. La toma del poder, de la forma que sea, para instalar
en Colombia una dictadura marxista bajo las órdenes de Moscú, antes (y del Foro
de Sao Pablo, ahora), es un objetivo que el PCC no ha abandonado. Para tal
efecto, el PCC, como lo exigía la Komintern, comenzó a conformar su
aparato ilegal, al lado del legal. Su esfuerzo y paciencia obtuvieron los
frutos esperados y lograron atraer a su seno a varios jefes guerrilleros
liberales. De igual manera también atrajo a varios guerrilleros conservadores.
Entre los guerrilleros liberales adoctrinados por el PCC estaba el jefe de
banda armada José William Ángel Aranguren, alias ‘Desquite’. Mackenzie señala
un dato capital sobre el temible jefe bandolero: ‘Desquite’ era miembro del
PCC. Antes de la llegada de Aranguren a las filas comunistas, a finales de los
años 40 e inicios de los 50, el resquebrajamiento de la unidad entre liberales
y comunistas llegó a un punto culminante con la ruptura de los guerrilleros
liberales de sus antiguos jefes comunistas. Para las filas del PCC se fueron
Jacobo Prías Alape, alias ‘Charronegro’; Pedro Antonio Marín Marín, alias
‘Tirofijo’; Óscar Reyes, alias ‘Juanario Valero’; Jaime Guaraca, alias
‘Chucho’, y Marco Antonio Guaraca, alias ‘Cariño’, entre otros. Ese fue el
germen de las FARC: el enrolamiento de antiguos guerrilleros liberales que
involucionaron hacia el comunismo y la cooptación de diversos jefes bandoleros
que provenían del liberalismo, del conservatismo y de sectas terroristas
marxistas como el FUAR y el MOEC. La estela de sangre y terror marxista creció
en aquellos años 40 y siguió hasta nuestros días. En este punto es importante
subrayar la afirmación que hiciera uno de los miembros del PCC y jefe histórico
de las FARC, Luis Alberto Morantes Jaimes, alias ‘Jacobo Arenas’: las FARC
son partido. Es decir, las FARC hacen parte del PCC.
Para dar consistencia a
su análisis, Mackenzie hace un excelente recorrido acerca de la fórmula
leninista de “la combinación de todas las formas de lucha de masas” en el
ámbito del comunismo colombiano. Aclara pertinentemente que ella no fue una
creación o un “aporte doctrinal” o teórico del Gilberto Vieira White,
secretario histórico del PCC. Lenin había comenzado a trabajar la tesis de la
“combinación”, desde 1906 (ver su artículo La guerra de guerrillas),
hasta julio de 1916. En su folleto, lzquierdismo enfermedad infantil del
comunismo, Lenin explica que, para los bolcheviques, lo legal se combina
con lo ilegal, se enaltece el odio como sentimiento revolucionario y se ordena
ocultar la verdad. Los llamados al terror, a la violencia, al exterminio,
pueblan las páginas de los libros del líder soviético. Eso no fue una
desviación del marxismo. Todo lo contrario: proviene de los postulados de Marx
en el Manifiesto Comunista. El analista político Jean François Revel en
su ensayo La gran mascarada, cita la obra de George Watson, Los
escritos olvidados de los socialistas, donde demuestra cómo el genocidio,
la limpieza étnica, la matanza en masa, es una teoría propia del socialismo y
cómo ello había sido exigido por Karl Marx y Frederich Engels, padres del
llamado socialismo “científico”, en sus textos de 1849.
El autor bogotano
examina los orígenes de las otras bandas terroristas marxistas como el ELN, el
EPL y el M-19 y describe los ríos de sangre que éstas provocaron. Un caso de
ello fue el secuestro, tortura y posterior asesinato, por parte del M-19, de
José Raquel Mercado, presidente de la central sindical obrera, CTC. Gran parte
de los cuadros de esos aparatos criminales provenían del PCC. En el caso
del M-19, varios de sus integrantes militaban también en la ANAPO.
La llegada de la
teología de la liberación a los círculos revolucionarios tampoco escapa del
lente meticuloso de Eduardo Mackenzie. En Colombia, los asaltos contra el
Evangelio fueron impulsados y auspiciados por el PCC desde el municipio
cundinamarqués de Viotá. Para tener una mejor compresión del funesto alcance de
la teología de la liberación el autor, acertadamente, valora la perspectiva
internacional. Ésta es importantísima a la hora de examinar los estragos a que
ha sido sometida la Iglesia Católica a causa de esa falsa teología. La utilidad
política de la manipulación de los sectores católicos, tanto laicos como
eclesiales, fue formulada por Fidel Castro en 1971 durante un viaje a Chile.
Allí, el dictador comunista lanza la consigna de “una alianza estratégica entre
los marxistas, la izquierda en general y los cristianos”. Poco a poco el
salpicón ideológico será servido y sacerdotes y religiosas cambiarán o no sus
hábitos para lanzarse a la aventura de construir el socialismo y así escapar
del “capitalismo salvaje”.
El libro de
Eduardo Mackenzie está muy bien documentado. A lo largo de sus de 569 páginas
el autor nos sumerge no sólo en una historia del PCC sino en la historia de
Colombia de los últimos 90 años: la rivalidad entre comunistas y gaitanistas,
el Frente Nacional, la conformación de la Unión Nacional de Oposición (UNO) de
obediencia comunista, los “diálogos” o “procesos de paz” fallidos entre el
expresidente Belisario Betancur Cuartas (1982- 1986) y los diversos grupos
terroristas marxistas, hasta llegar a los nefastos “diálogos” del Caguán
durante la presidencia de Andrés Pastrana Arango (1998-2002).
No hay comentarios:
Publicar un comentario