El autor se propone lograr un
encuadre justo de la Inquisición Española en sus grandes lineamientos. Una vez
bien conocidos sus motivos filosóficos e históricos, su consonancia con la
voluntad popular, la índole de sus procedimientos, la calidad de todos sus
fundadores y generalmente de sus ministros, la sangre que costó y la sangre que
ahorró, puede entonces con crítica segura en su libertad hablarse de las fallas
circunstanciales: de tal etapa decadente, de tal proceso injusto, de tal
individuo indeseable, de tal aplicación rutinaria y sin visión, de tal castigo
extremado, de tal contaminación política, de tal servilismo o tontería. Todas
las desviaciones y las manchas -ineludibles entre hombres y a lo largo de tres
siglos y en infinita variedad y aun contraste de coyunturas personales e
históricas- hallarán entonces su sitio y proporción dentro del cuadro general,
sin falsificarlo.
Tomadura
de pelo o apoteosis de la credulidad son los 50 mil horrores, paparruchas,
declamaciones, devaneos que a propósito de la Inquisición corren y medran y
pululan en papeles ruidosos, en discursos airados, en novelones y películas
donde la fantasía truculenta se desboca. Y aun en libros de erudición y
estudio, preconceptos secularmente empedernidos suelen malograr el enfoque y
nublar la visión.
Tema
siempre actual, perpetuamente renovado y a toda hora aludido, vale la pena
examinarlo con ánimo libre, con desinteresado propósito de cultura y de
comprensión.
No es
asunto de credo, sino de historia. No materia de fe, sino de cultura. Y antes
que cuestión de opiniones, cuestión de hechos.
Juzgue
cada quien a la Inquisición según su propio dictamen. Pero júzguela por lo que
era, no por lo que No era; por lo que hacía, no por lo que no hacía. Trate
primero de enterarse, de situar, de entender.
Esto
es pedir un mínimo de cordura. Y obtener un máximo de sorpresas.
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