Entre las diversas vanguardias
que impulsaron el proceso de “deshumanización del arte”, usando una referencia
orteguiana, en el tránsito del siglo XIX al XX, el Futurismo resulta por
méritos propios, una de las que tuvo mayor impacto en la cultura de su tiempo,
en buena parte porque en él pesó tanto la elaboración teórica como los factores
puramente estéticos.
Aunque tuvo una dimensión
internacional, y prueba de ello es su influencia en artistas de la revolución
bolchevique como Maiakovski, el Futurismo fue un fenómeno fundamentalmente
italiano, y ligado a un personaje central, auténtico líder espiritual del movimiento
como fue Filipo Tomasso Marinetti.
Arte político, y esa es otra de sus originalidades, el Futurismo italiano tuvo una íntima relación con el Fascismo, como nos desvela con detalle el amplio estudio introductorio de la obra que comentamos, escrito en los años ochenta, pero de plena vigencia intelectual.
Sin embargo, en ella el
ingrediente fundamental es una excelente antología de textos del propio
Marinetti y de diversos manifiestos del movimiento futurista, que nos hacen
comprender mejor el espíritu de una corriente cultural, a cuya influencia no
fueron ajenos insignes figuras españolas como Giménez Caballero y Ledesma
Ramos, cuyo espíritu influye poderosamente en los que hacemos esta publicación.
«El fascismo es inconcebible
sin la fundamental aportación del futurismo, de la misma manera que el
futurismo es inexplicable sin la presencia del fascismo.
El futurismo forma parte del
sustrato ideológico que, al igual que otros movimientos sociales y políticos
que nutrirán los destacamentos de camisas negras —entre ellos, por ejemplo, el
sindicalismo revolucionario y el arditismo—, dará vida al fascismo. Desde el
principio al final. Pues no en vano, Marinetti —alma, motor y jefe indiscutible
del futurismo— murió como fascista, fiel a Mussolini y a la República de Salò,
cuando la liquidación del fascismo era algo más que una probabilidad y cuando,
al mismo tiempo, se estaba produciendo la gran desbandada.
Si bien es cierto que, por
encima de una ideología, el futurismo se desarrolló como una nueva forma de
comportamiento vital, de renovación del lenguaje y de apertura a sin reservas a
la tecnología —como antítesis a la Italia pasadista—, no es menos cierto que la
vanguardia tiene una vertiente política —consustancial, inseparable— que nos
impide observarla como un fenómeno exclusivamente artístico. El futurismo
mostrará siempre un perfil político sin ambages, tanto en sus coordenadas
ideológicas como en sus manifestaciones externas: intervencionista, patriota,
militarista, antipartitocrático, revolucionario en algunos casos,
regeneracionista siempre»
[del prólogo del Colectivo
Mafarka]
*Se Incluye el pequeño libro "El futurismo italiano" de Gerlac Holda.
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