Descripción

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domingo, julio 16, 2023

La extraña muerte del marxismo. La izquierda europea en el nuevo milenio - Paul Edward Gottfried

 

En 1945, los partidos comunistas llegaron a alcanzar el treinta por ciento del voto en las naciones europeas, con unos regímenes débiles y unas economías empobrecidas. Así que tras la guerra de 1939 y el “aplastamiento” alemán en el frente del Este, no había motivo para no creer en la lucha de clases y el materialismo dialéctico, en la sociedad sin clases y el paraíso proletario. Pero las predicciones marxistas pronto se agotaron, y con ellas agotaron el éxito comunista. Poco a poco el mundo asistió al fin de las ideologías proclamado a mediados de los cincuenta; el bienestar económico, la progresiva mejora de las condiciones de vida de la clase trabajadora, la pérdida de peso del sector industrial, dejaron a la intelectualidad marxista sin coartada, y a los partidos comunistas sin fieles.

La transformación del marxismo

En los años sesenta, el marxismo se convirtió en moda intelectual a las orillas del Sena; ni Merleau-Ponty ni Althuser ni Sartre parecieron interesados tanto en Marx como en adornar sus propias creaciones con una ideología tan criminal como inútil. Convirtieron los soviets en tertulias de café, las barricadas fueron sustituidas por Les Temps Modernes. Mayo de 1968 no fue sino la bufonada criminal que acabó con cualquier vestigio marxista a éste lado de la línea Oder-Neisse. Mientras Sartre arengaba a unos trabajadores que ignoraban de qué se les hablaba, el verdadero marxismo, a fuerza de realista, despreciaba desde Moscú a la decadente Europa.

El postmodernismo se llevó por delante, no sólo la razón práctica o clásica y la razón ilustrada moderna; dentro de ésta, acabó con el poderoso aparato conceptual marxista, convertido cada vez más en moda filosófica en las Universidades. Sus rescatadores no lo hicieron mejor; ni Althuser ni Marcuse ni Sartre aportaron nada al marxismo. Pero a cambio, si bien entonces la izquierda europea se mostró escasamente rigurosa con los padres fundadores, sí ocurrió un hecho para Gottfried fundamental: los años sesenta marcan para el autor la fecha en que el marxismo declara la guerra intelectual y cultural a Estados Unidos. Es el caso de Wallerstein, pero también de la Escuela de Frankfurt, y su denuncia de la alienación cultural, del cientificismo, del positivismo, de la rigidez social. La opresión económica daba paso a la cultural y estética, a un modo de dominación más sutil pero más poderoso; el de los modos de vida. Desde entonces, no es la lucha de clases, sino la batalla cultural, la que libra la lucha de los desheredados de la tierra.

Pero para escándalo de pacifistas españoles, la primera influencia norteamericana sobre Europa es la que afecta a la propia izquierda; vía años sesenta, las principales ideas que se impondrán progresivamente en Europa tras la guerra fría (prioridad para las minorías, apología del sexualismo, elitismo gay, inmigración ilegal) cruzaron el Atlántico desde América a Europa y no al revés. Fue en Los Ángeles o Nueva York donde el odio antioccidental se adelantó a la orgullosa izquierda europea, culturalmente a rebufo de la norteamericana: “contra la opinión de que las fiebres ideológicas se mueven a través del Atlántico solamente en dirección al oeste, es posible que lo más cercano a la verdad sea precisamente lo opuesto” (p. 27).

Una realidad inventada

El desprecio tradicional marxista-leninista por las minorías, el maltrato clasista al proletariado sólo fue comparable al sexismo de los partidos comunistas y las persecuciones salvajes a los homosexuales. En La Habana, Moscú o Tirana, el único lugar posible para los homosexuales es, o la cárcel o el sanatorio. Eso importa poco a sus herederos de hoy, y su “tendencia a inventar realidades improvisadas en defensa de un hábito de pensamiento que resulta conveniente” (p. 81).

Invención de realidades: en España, el Frente de la Paz clama por recuperar la memoria histórica, pero evita su propio pasado. La izquierda continental europea del siglo XX se divide en dos grupos: los que cometieron crímenes horrendos y los que los ocultaron, los disculparon o los defendieron. El Gulag y las chekas, no son ni accidentes históricos ni anomalías humanas; son la consecuencia lógica de una ideología que promete edificar un nuevo hombre sobre las cenizas de éste. Nunca jamás nadie ha asesinado como el socialismo real; nunca nadie ha renunciado jamás a su pasado como el mismo socialismo.

Curiosamente, la izquierda comunista tiene hoy menos peso que nunca; pero vive cómodamente instalada en coaliciones progresistas desde las que parasita a una izquierda moderada encantada de ser parasitada (p.15). En Francia, Italia o España, la minoría bolchevique, en virtud de la aritmética electoral, condiciona la vida política. Y es que para Gottfried, lo que caracteriza a la izquierda postmarxista no es el rechazo del marxismo-leninismo por sus fieles, sino la indiferencia y la comprensión de la izquierda “moderada” hacia sus crímenes. Es decir; ha sido el socialismo no marxista el que ha hecho suya la historiografía bolchevique, recorriendo ella el camino en sentido inverso.

Lejos de revisarse a si misma, la izquierda europea alza furiosa el puño antifascista; España lo ha visto durante las últimas fechas. El término fascista, como ha recordado Pablo Kleimann, se repite cada día con machacona insistencia. No sólo en Madrid, Paris o Roma, sino también en Estados Unidos. Pero el fascismo es en España inexistente, y en Europa inapreciable. Las propuestas de Le Pen, no por repulsivas son, por ello, fascistas. En vano encontrará el europeo de hoy el rastro de Mussolini como no sea en grupúsculos ultras italianos o la izquierda republicana catalana.

¿Por qué “fascismo”? Por “fascismo”, la “izquierda postmarxista” entiende la defensa de controles a la inmigración, la defensa del derecho de los cristianos a proponer en público sus principios, la exigencia del cumplimiento de la ley. El fascismo es, para este progresismo, la civilización occidental, la Iglesia, el libre mercado; el hombre blanco que no está dispuesto a avergonzarse de serlo, es, inequívocamente, fascista, lo mismo que el católico o el empresario.

¿Una nueva religión?

El autor identifica éste fenómeno como característico de una nueva religión, que sin embargo no es tan nueva: “La izquierda postmarxista representa una religión política diferenciada. Por lo tanto, debería considerarse como un supuesto sucesor del sistema de creencias tradicional, parasitario de los símbolos judeocristianos pero equipado con sus propios mitos transformacionales” (p. 164). La izquierda contemporánea es marxista de manera residual, pero identifica un bien y un mal absolutos, así como un proceso de liberación de la humanidad; el bien de la sociedad sin clases y el proletariado mundial ha sido sustituido por la era de la democracia universal, tal y como el progresista Fukuyama sigue defendiendo. En esto, afirma el autor, no se diferencia del neoconservadurismo; si acaso, en el sujeto de la mundialización democrática.

En cuanto religión intolerante, el postmarxismo no deja lugar a la disidencia: “en sus tendencias antiburguesas, poscristianas y transposicionales, y en su intolerancia hacia cualquier espacio social al cual no tengan acceso, las nuevas y antiguas formas de la religión política poseen una mutua semejanza que bien vale la pena explorar” (p.43). Ahora, si esto es así, entonces más allá de la izquierda postmarxista quedan sólo dos opciones; unirse a ella o combatirla. Es aquí donde el libro de Gottfried estalla ante el conservador o el liberal europeo; ¿combate realmente la derecha europea la tarea de destrucción sistemática de la cultura y la moral occidental? ¿Existe un contrapeso ideológico a la izquierda postmarxista capaz de detener la corrupción del continente europeo?

Lo inquietante para el lector español de la obra de Gottfried es la constatación de que la derecha política ha hecho suyos los dogmas de la izquierda postmarxista, y acompaña con mansedumbre los dogmas progresistas: ¿Puede afirmarse, en la España de 2007, ante las vitales elecciones de marzo de 2008, la existencia de un proyecto político que, en lo fundamental, se oponga al proyecto postmarxista? Cuando el Partido Popular elude combatir la apología del sexo salvaje, disimula ante la desnaturalización de la familia, asiste impávido al acoso al cristianismo, y apoya o permite la aculturación occidental, entonces es que la metástasis progresista se ha extendido más allá de los ingenieros de almas, y afecta a su supuesto contrapeso, rendido ante las acusaciones de “extrema derecha” o “derecha extrema”.

¡Sorpresa! La metástasis de la izquierda postmarxista afecta también a la derecha; ¿existe solución, cuando “los que han ejercido el control político de la sociedad y han trabajado en armonía con los educadores y los agentes de los medios de comunicación, han alterado la moralidad social y, lo que es aún más relevante, han logrado imponerse en todas partes” (p. 193)? En el proyecto actual, los grandes partidos de la derecha europea no parecen diferenciarse de los grandes partidos de la izquierda. Como bien afirma Gottfried, no es en el bienestar económico donde se apoya la estabilidad social occidental. Es la cultura; es la moral a la que la derecha ha renunciado. Por lo tanto, “a no ser que una élite creciente o dominante lidere una campaña contra la agenda multicultural, es difícil visualizar la forma de lograr ese objetivo” (p. 194). Y en tanto el mundo político conservador permanece impasible y a expensas del progresismo, la metástasis se extiende. Y en España, rápidamente.

Oscar Elía Mañú

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domingo, julio 09, 2023

Muerte por Inyección: La Historia de la Conspiración Médica Contra América

 

Este libro, resultado de unos cuarenta años de investigación, es una prolongación lógica de mis trabajos anteriores: el descubrimiento del control internacional de la emisión de moneda y de las prácticas bancarias en Estados Unidos; otros trabajos que revelan la red secreta de organizaciones a través de las cuales estas fuerzas extranjeras ejercen el poder político: los comités secretos, las fundaciones y los partidos políticos a través de los cuales se ejecutan sus planes ocultos; y ahora, la cuestión más vital de todas, cómo estas depredaciones afectan a la vida cotidiana y a la salud de los ciudadanos estadounidenses. A pesar del gran poder que ejercen sus líderes ocultos, he descubierto que sólo un grupo tiene el derecho de vida y muerte sobre los médicos estadounidenses de nuestra nación.

Esta conspiración ha dado lugar a un deterioro comprobado de la salud de nuestros ciudadanos. Ahora estamos muy abajo en la lista de las naciones civilizadas en cuanto a mortalidad infantil y otras estadísticas médicas importantes. He podido documentar las espeluznantes acciones de estos magnates que no sólo planifican y provocan a sangre fría hambrunas, depresiones económicas, revoluciones y guerras, sino que también obtienen enormes beneficios de su manipulación de nuestro sistema sanitario.

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lunes, julio 03, 2023

Las máximas o sabiduría de Ptahhotep

 

 ¡El libro más antiguo del mundo!

Ptahhotep vivió en Egipto durante el siglo XXIX a. de C., es decir hace más de cuatro mil años, en un sistema político de monarquía absoluta en la que el faraón era legitimado como manifestación de Horus en la tierra. Horus era el dios iniciador de la civilización egipcia.

Prevalecía un sistema económico que algunos han denominado «modo de producción asiático» y otros le describen como «despótico-tributario».

Nuestro escriba ha sido también conocido como Ptah-Hotep, que significa la plenitud del dios Ptah, y fue un visir o primer ministro que vivió en la Edad de Oro de las Pirámides. Dentro de la cultura egipcia Ptah es el dios de la creación.

La tumba o mastaba de nuestro personaje se encuentra al norte de Saqqara, en la ribera occidental del Nilo y a unos 30 kilómetros de El Cairo, capital de Egipto.

Ptahhotep ocupó los siguientes cargos político- religiosos al servicio del faraón:

Director de los escribas de documentos reales, Consejero de los Decretos del Rey, Sacerdote-lector, Escriba de los libros divinos, Director de todos los trabajos e Inspector de los sacerdotes.

Culminó su carrera de servicio público como visir o primer ministro de los faraones Dyedkava-Isesi y Unis, reinantes durante el siglo XXIV a. de C. Isesi fue el penúltimo faraón de la dinastía Quinta de Egipto, supremo líder desde 2380 hasta 2342 a. de C. Su complejo funerario también se encuentra en Saqqara. Unis (sucesor y posible hijo de Isesi) fue el último faraón de la Quinta Dinastía en el país de Horus y reinó en el Alto y Bajo Egipto desde aproximadamente 2345 hasta 2315 a. de C.

El visir era el cargo más alto después del faraón, su principal colaborador y confidente. Accedía al puesto por medio de una ceremonia iniciática restringida a un pequeño número de dignatarios y luego su misión era anunciada al país entero.

Estaba a cargo de la justicia, tanto celeste como terrena, y se ocupaba de los temas más variados que involucraban asuntos judiciales y de manejo de la economía. No existía separación entre iglesia y estado. En el cargo estaban fundidas las funciones políticas y religiosas.

El visir conducía todos los asuntos del Estado y solo tenía que dar cuentas diariamente al faraón. No existe mucha información sobre nuestro autor. Pero se sabe que cumplió bien su misión porque incluso después de su muerte fue prácticamente divinizado por la tradición egipcia.

Al cumplir los ciento diez años de edad, Ptahhotep reconoce que con la ancianidad llega la debilidad… los ojos están ciegos, los oídos sordos… la memoria se pierde… llega la incapacidad y por ello solicita al faraón que le brinde un sostén para su vejez y le permita trasladar su cargo de primer ministro a su hijo. Al mismo tiempo se ofrece para instruir y guiar a su hijo con su experiencia en el ejercicio de la función pública y para ello escribe las «Máximas», que constituyen un breve tratado de moral y de humanismo para conducirse en las cosas de la vida y también sobre la ética en el ejercicio del poder político y el arte de gobernar buscando la justicia, función que se consideraba sagrada.

Las «Máximas» o «Sabiduría de Ptahhotep» pertenecen a los llamados Textos de las Pirámides, descubiertos en el papiro Prisse en el siglo XIX. Años después fueron publicadas en escritura jeroglífica y luego traducidas al inglés y más tarde al español. La copia completa del libro se encuentra hoy en el Museo de Louvre en París.

Las «Máximas» constituyen un conjunto de consejos y guías para su hijo Ankhu, quien también se desempeñó en el cargo de primer ministro o visir del faraón, y son un verdadero Tao egipcio escrito hace más de cuatro mil años. La obra está constituida por 45 máximas y una conclusión.

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