Mujeres
perversas de la historia es un libro que pone ante el espejo a mujeres
abominables que por sus prácticas despiadadas tienen un lugar en la lista de
los mayores asesinos de todos los tiempos; a mujeres fatales por cuyo amor los
poetas se suicidaban; a mujeres que fueron santas por cortarles la cabeza a los
enemigos de su fe —no sin antes haber ido al lecho con ellos—, y hasta a reinas
que entre sus faldas y miriñaques arrasaron con los destinos de un reino.
“Si
hacemos una lista de personajes perversos de la historia, vamos a encontrar más
hombres que mujeres, quizá porque ellos han detentado un rol más público, pero
las prefiero a ellas”, comenta Susana. “Incluso, yo me atrevería a decir que
han sido peores, porque después de recorrer historias de mujeres malvadas te
das cuenta de que hay una tendencia a hacer de lo personal un problema
político”, comenta la escritora que no puede más que referirse a Catalina de
Medicis, que volvió su fealdad la condena de la corte francesa del siglo XVI, o
en Catalina la Grande y la ginecocracia que la antecedió en la Rusia del siglo
XVIII, en la que parecía suficiente que alguna mozuela se asomara a una fiesta
con un prendedor o un vestido similar a la que ostentaban las zarinas para
enviarla al cadalso.
“¿Cómo
hacer entrar en razón a una mujer menos sensible a la lógica masculina que a
las piedras preciosas? El bello sexo es esclavo de sus sentidos. Una soberana
sacrificará la grandeza de la patria por los placeres que le dispensa su
amante”, cita Castellanos al historiador Henri Troyat.
Las
triquiñuelas, los engaños, los venenos escondidos en anillos y vertidos tras
miradas seductoras, el uso de la belleza y su letal combinación con la
inteligencia, el abuso de las lágrimas para manipular no sólo al hombre, sino a
los hijos herederos del poder paterno, son algunos de los métodos que después
de cruzar las más de 350 páginas del libro parecen llevar la impronta de la
perversidad femenina.
Pero
una de las cosas que más sorprende de los relatos es que la mayoría de los
hombres —por alguna razón sus víctimas favoritas— parecen incautos, asisten a
los hechos sin darse cuenta de con quién estaban durmiendo. “La maldad
soterrada, que se esconde, la astucia cruel y la provocación son los pilares de
las mujeres de poca bondad”, asegura Susana, quien cree que mirar la maldad de
estas mujeres es de alguna manera como mirarse al espejo. “Quizá, después de
todo, la fragilidad y la delicadeza no sean exactamente las características
femeninas por antonomasia”.